lunes, 18 de agosto de 2008

La educación ante la crisis actual de los valores

Los educadores debemos ser conscientes de que la modernidad y la posmodernidad han puesto en crisis todas las certezas y por consiguiente las concepciones éticas con fundamentos sobrenaturales, y los valores como algo fijo y eterno. El “ser” del hombre se concibe hoy como un permanente “hacerse”, o como dice el existencialismo “la esencia del hombre es su existencia”, es decir, que la esencia no nos es dada de antemano y para siempre, sino que somos nosotros mismos quienes, a través del diario quehacer, vamos poco a poco construyendo nuestra esencia, nuestra humanidad. Enfoque valiosísimo que ayuda a tomar más en serio, y con mayor preocupación la educación, y en particular la educación ética. “Frente a los numerosos desafíos del porvenir, la educación constituye un instrumento indispensable para que la humanidad pueda progresar hacia los ideales de paz, libertad y justicia social”.

Por otra parte, en el desarrollo del pensamiento, y mejor aún, dentro del lenguaje filosófico, el uso generalizado del concepto de valor es reciente. Comenzó a darse a partir de Nietzsche y de la fenomenología, de la cual nace precisamente La Teoría de los valores” de Scheler y Hartmann. Los griegos, por ejemplo, no hablaban de valores, no porque fueran ajenos al mundo del valor, sino porque ellos pensaban concretamente en “bien”, “justicia”, “verdad”, etc. fundidos y entrelazados unos con otros, y además estrechamente vinculados y fundidos a la noción esencial de “virtud” o “areté”. Por lo tanto ni los griegos, ni la tradición metafísica que arrancó de ellos, pensaron los valores como cualidades separadas o separables, sino como cualidades inherentes a las cosas mismas, fueran estas humanas o no humanas, de tal manera que lo que para nosotros hoy podrían ser valores, en muchos sentidos ellos los identificaban con el “ser” mismo.

Con la crisis moderna y posmoderna de la metafísica, entra naturalmente en crisis la noción de “ser en sí “ o “por sí”, como también la idea de que los valores se asimilan al ser, cuestionando, naturalmente, la objetividad, la universalidad y la eternidad de los valores. Ahora el centro de actividad en todos los órdenes se pone en el hombre mismo, y no fuera de él, relativizándose así el horizonte ontológico del ser. O como bien dijera Martín Beber, “finalmente todo lo que se halla frente a nosotros, todo lo que se dirige a nosotros y toma posesión de nosotros, toda participación de la existencia, todo se disuelve en una flotante subjetividad”(3). Pero todo no es malo en esta crisis. No hay duda que el fundir y confundir “ser” y “valor” tenía el serio problema de absolutizar los valores, de tomarlos como verdades inamovibles, además llevaba al antropologismo y axiologismo del ser, cualificando las realidades de “buenas” o “malas”, cualificación que empañaba la visión objetiva de lo humano, o terminaba absolutizando el valor religioso o teológico, como sucedió en la cultura de la Edad Media.

La modernidad defenderá la autonomía de todas las esferas del valor. Verdad-error; belleza-fealdad; bien-mal. Hoy por ejemplo, se defiende, entre otras cosas, la autonomía del arte, el cual no es ni bueno ni malo, sino simplemente “bello” o “feo” (“arte” o “no arte”), puesto que las categorías estéticas van mucho más allá de los conceptos de “belleza” o fealdad”.

El debate apunta a mostrar la relatividad de los valores, relatividad que ya empezó a ser planteada por Montaigne en sus Ensayos cuando dice: “¿Qué clase de valor es este que con sólo cruzar las aguas de un río se convierte en su contrario?” Son sin duda incontables los ejemplos que podemos argüir para mostrar la pluralidad, relatividad, y temporalidad de los valores humanos. Pero esta indudable relatividad del valor nos ha llevado a los más extraños y peligrosos relativismos y psicologismos, pero dio también pie a un nuevo desarrollo de la Filosofía, enfocada hacia una nueva búsqueda de fundamentos para la ontología y los valores, naciendo así una nueva teoría de los valores, con la aceptación de que el valor no es, sino que se hace, lo cual tiene importantes consecuencias en la educación. A través de ella estamos ayudando a los futuros ciudadanos a construirse unos valores que serán el horizonte de su ser y su quehacer futuro. Surge aquí una pregunta inquietante: ¿Qué valores hemos ayudado a construir y con qué valores estamos despidiendo de los establecimientos educativos a los futuros ciudadanos de la patria, y del mundo, para que logren escapar, con sólidos principios éticos, de “las mil ofertas”, y “las diez mil trampas del capitalismo”, donde lo que importa es tener éxito y dinero rápido y fácil?

No debemos tampoco olvidar los educadores, que al perderse el horizonte de la metafísica tradicional, la Etica moderna se construye sobre sí misma, sobre los poderes de una razón autónoma, capaz de asegurar el reino de los nuevos valores de la modernidad, nacidos del pensamiento de los ilustrados, quienes confiados y optimista soñaron con el poder de la razón para liberar al hombre y hacerlo dueño y señor de su propio destino. Gracias a la razón, pensaban los ilustrados, el hombre no sólo conquistará la autonomía, sino también la civilidad que le permita hacerse responsable de la vida pública; elaborar leyes legítimas, es decir, con participación de todos; crear instituciones justas, es decir atentas al principio de imparcialidad sin hacer acepción de persona, y religiones tolerantes, capaces de descubrir aquellos valores en los cuales todos coinciden, y de respetar aquellos en los cuales discrepan, sin hacer delación de ellos. Pero este maravilloso proyecto no ha logrado todavía dar sus frutos, y el hombre de la modernidad sigue todavía en un “siglo de sombras”. Esta “razón iluminada”, pero incapaz de liberar al hombre, ha sido también puesta en crisis por los embates de la postmodernidad, obligándonos a realizar grandes esfuerzos para renovar, validar y aplicar el concepto de racionalidad.

Es indispensable volver a un pensamiento integrador, no excluyente del problema del valor y del ser, puesto que como bien señala Heidegger en Ser y Tiempo, “no hay hombre sin mundo”. El valor surge de la capacidad humana de interpretar el mundo, de transformarlo en función de su “proyecto de vida” no sólo individual sino también social y comunitario. Aquello de que “vale porque lo deseo”, debiera transformarse en “deseamos lo valioso porque es valioso” no sólo para mi sino también para los otros que comparten mi quehacer en el mundo, mi historia, mi temporalidad. Por ejemplo, deseamos la paz porque nos damos cuenta de su valor vital, y por ello hacemos todos los esfuerzos necesarios para conseguirla.

Necesitamos construir una ética que rechace rotundamente el maquiavelismo de “el fin justifica los medios”. Necesitamos volver a un nuevo ontologismo que comprenda que el sujeto del valor es el hombre en su ser mismo, es decir, en su naturaleza, en su physis; necesitamos una ontología no esencialista, que pueda dar razón de la eticidad y la historicidad humanas, capaz de descubrir los rasgos universales y permanentes que son la fuente del antropologismo del valor. Por ejemplo, la necesidad que todo ser humano tiene de valorar, sin que por ello se desconozca su necesidad de diferenciar, y en tal sentido, preferir actuar de esta o de otra manera. Diferenciación que exige tener un hondo sentido social y una fuerte dosis de equidad.

Necesitamos educar en la Etica de la responsabilidad, ésta es complemento de la libertad. El ser humano es el único ser conocido hasta hoy que puede asumir responsabilidades. Somos responsables tanto de lo que hacemos como de lo que dejamos de hacer, y esto, independientemente de sí hay alguien- ahora o en el futuro- que nos pudiera hacer responsables. La responsabilidad para el hombre existe con o sin Dios, y naturalmente, con o sin tribunales terrestres. “Somos responsables no sólo de algo sino ante algo, “ante una instancia” que nos obliga a justificarnos. Esta instancia, como se dice cuando se deja de creer en la divinidad, es la conciencia moral”. Pero somos también responsables ante quienes conviven con nosotros, ante la familia, ante la sociedad, porque el ser humano no es una isla, no está solo en el mundo, sus actos, aún los que considere absolutamente privados, tienen consecuencias sociales.

La ética precisamente empieza cuando el hombre es capaz de aceptar que “no todo le da igual”. La vida humana es elección permanente, es un proceso de apropiación de posibilidades, y el éxito está en elegir lo más apropiado desde el fondo de nosotros mismos, es decir, con responsabilidad. “En apropiarse de las mejores posibilidades vitales para forjarse un buen carácter consiste la sabiduría moral, y a esa necesidad originaria de elegir llamamos libertad en un sentido básico. Puesto que estamos “condenados” a ser libres, a tener que elegir, lo más inteligente es hacer buenas elecciones, forjarse un buen carácter, que es en fin de cuentas en lo que consiste ser bueno”. El “todo vale” es la mayor señal de deshumanización de una cultura, una

Sociedad o un pueblo. Pero valorar es también definir prioridades, y sobretodo jerarquizar (de ahí la clásica distinción sobre “sí está primero el bien y el deber que el placer”, o “sí vale más la verdad que la utilidad”).

La valoración como capacidad humana se explica porque el hombre es una “naturaleza posible”, es decir abierta, no una mera necesidad ambivalente e unívoca. La naturaleza humana, como antaño lo señala Aristóteles, es potencial. El hombre, como hemos insistido en este artículo, es en últimas libertad, y esta libertad suele identificarse con humanidad. El hombre no es sólo lo que es, “es alguien en potencia, capaz de llegar a ser”, es un ser que está permanentemente construyéndose, en otras palabras, es un ser capaz de perfeccionamiento.

En fin, la capacidad valorativa del hombre nos muestra que éste lleva en sí mismo su propia contingencia, como bien lo viera Sartre al afirmar que “el hombre es un ser en proyecto”. Nuestra ética debe mostrar a los jóvenes que la libertad humana es contingente, puede no ser o ser de otra manera, sirve para perfeccionarnos y progresar, o para destruirnos. El hombre es radical alteración (cambio temporal) y fundamental alteridad (diversidad, individualidad). El hombre es eros y tánatos (amor y muerte) dice Freud en “El malestar de la cultura”.

Las pulsiones creativas (eros) son pulsiones de vida en permanente lucha contra las pulsiones de muerte, en donde está la clave, según el creador del Psicoanálisis, de la civilización, y su única esperanza de sobrevivir. Pensamos que una educación integral que no olvide la educación ética, puede ayudar a acrecentar en el hombre sus “pulsiones de vida”, optando por la creación y reconstrucción, más que por la destrucción y la muerte. Educar en una ética de cara al futuro, que le ayude al hombre a comprender su responsabilidad no sólo en el presente, sino también en el futuro de la humanidad, maximizando el conocimiento de las consecuencias de nuestros actos y omisiones. La educación ética es indispensable, como lo hemos repetido varias veces en este ensayo, para ayudar al hombre a construirse “esa segunda naturaleza”, ese “arte de bien vivir” que le posibilite realizarse plenamente como humanidad.

Blanca Inés Prada

2 comentarios:

valeria y ornela dijo...

ES INCREIBLE SER PARTE DE ALGO TAN IMPORTANTE. GRACIAS POR ENSEÑARNOS A SUPERARNOS DÍA A DÍA

Prof. Inmaculada Concepción dijo...

¿Qué bueno Valeria lo que dices!
me alegro mucho.

Un saludo