Son denuncias recientes. Sus carátulas: "Maltrato y amenazas de la autoridad escolar a padres de la cooperadora"; "Alumno libre por faltas y conducta. Según la madre: falso"; "Maltrato de autoridad a alumna y padre"; "Supuestas amenazas de muerte de parte de un ordenanza de una escuela a miembro de cooperadora".
¿No eran los chicos los violentos? Este catálogo de acusaciones, registrado por
· El 76 por ciento de los casos toma la forma de violencia verbal y física.
· El 24 por ciento restante es violencia psicológica y simbólica, expresada en amenazas, malicia, acoso o discriminación.
"Hay un descreimiento hacia el ámbito educativo, de padres que parten de prejuicios y dicen: 'eso a mi hijo nunca le va a pasar, así que no participo'. La escuela está desprestigiada para transmitir un saber, un consejo. Sumado a que el contexto social es sumamente adverso, de muy poca contención para la familia, se dan situaciones donde se detona la salud mental de esos padres, que pasan a considerar al docente como un enemigo", explica el psicoanalista Fernando Osorio, responsable del estudio y autor del libro "Violencia en las escuelas".
Según ese análisis, que tomó en cuenta el testimonio de 1.500 docentes, "se han incrementado los conflictos entre familia y escuela". El 90 por ciento de los entrevistados señaló un motivo: que las nuevas conformaciones de la familia moderna (hogares con un solo padre, familias ensambladas y otras) "no han podido provocar cambios en las políticas y estrategias pedagógicas implementadas por el sistema educativo actual".
Pero hay más:
· El 85 por ciento de los docentes señala que los conflictos familiares se perciben luego en la conducta de los alumnos.
· El 75 por ciento afirma que el Estado no los capacita bien en el tema violencia.
· El 38 por ciento de los encuestados dice haber sido víctima de agresiones verbales por parte de algún alumno.
Juan Otero, director de Psicología Comunitaria y Pedagogía Social del gobierno bonaerense, considera que "la educación ha entrado en una crisis profunda en cuanto a la relación familia-escuela" y que el "vaciamiento pedagógico que sufrió la institución escolar" en los '90 fue nocivo.
"Hay que trabajar mucho con los padres, porque aparecen situaciones donde los docentes son interpelados verbalmente y no son respetados. Hoy es imprescindible restituir la autoridad del docente y recomponer los enlaces entre la familia y la escuela, a través de estrategias comunitarias, donde los padres puedan sumarse", sostiene el funcionario.
Otero acepta que los rituales de convocatoria a los padres que hacen las escuelas, a los actos, a las reuniones, se han quedado en el tiempo, con la idea de la vieja familia nuclear. Aclara, sin embargo, que no es lo más grave: "Hoy, el mayor error social es pensar que los chicos que agreden o rompen un aula son sujetos peligrosos y deben ser marginados, cuando son los adultos los que no están devolviendo una imagen confiable y los que fabrican a diario un contexto hostil, de violencia en el hogar, el tránsito, en el vocabulario. Esto es rechazado por los adolescentes y fomenta violencia".
Para redondear su idea, Otero descubre otro aspecto del problema: "Si tiramos bien del hilo, se ve claramente que detrás de un alumno involucrado en un hecho de violencia, siempre, pero siempre hay un derecho que en algún momento no le han respetado".
Los niños, dice la ley argentina, tienen derecho a la educación en condiciones de igualdad, a un nivel de vida adecuado y a espacios educativos que le permitan desarrollar su personalidad, sus aptitudes y su capacidad mental al máximo de sus posibilidades.
La realidad contradice ese mundo ideal. La falta de gas en más de 100 escuelas porteñas y bonaerense en el mayo más frío de las últimas décadas, la existencia de letrinas en vez de inodoros en escuelas de clase baja y media urbana, la insuficiente cantidad de profesionales que atienden el problema de las agresiones en el aula (hay 219 personas en los Equipos de Orientación Educativa para un total de 231.980 alumnos), el peregrinaje de 4.000 alumnos "derivados" a escuelas que están lejos de sus hogares, la discriminación escondida contra chicos repetidores y la desigualdad entre los establecimientos más pobres y los más confortables, pintan un paisaje que, a juicio de los especialistas, no ayuda a atenuar la violencia.
"No es un contexto amigable para desarrollar experiencias de acercamiento", señala el defensor del pueblo adjunto de
Pablo Calvo.
03 de Junio de 2007 pcalvo@clarin.com
2 comentarios:
Solo me gustaria decir que los hijos son el reflejo de lo que ven de sus padres...
Seguramente los directivos tambien lo son...
Es verdad, los hijos son el reflejo de los padres.Pero también influye el entorno social.
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